Corrupción, un mal que no discrimina nacionalidad
La
injusticia, la desigualdad y la vulneración de derechos son tres conceptos que
en Colombia y en muchas partes del mundo parecen ser pan de cada día. Hoy
contaré la historia de Robert Schwartz, un hombre estadounidense de edad
considerable, empresario en su país y pizzero en el nuestro, académico
destacado el área de ciencias sociales y guerrero por naturaleza.
Robert,
se enamoró de una mujer colombiana en El Salvador y por primera vez visitó a
Colombia en la década de los 90. Se casó y se divorció, pero construyo una
estrecha relación con quien para entonces sería su suegra. Luego en la década
del 2000, tras hacer un viaje a México, se da cuenta que esa mujer, la madre de
su exesposa, padecía un cáncer y parecía tener los días contados. Decide en el
año 2005 viajar a Colombia con el fin de visitarla y acompañarla en su dolor.
Pisa
suelo colombiano en el mes de noviembre y para marzo de 2006, cuatro meses
después de su arribo, la señora pierde la batalla contra el cáncer y fallece.
Robert, invadido por múltiples sentimientos, en una lúgubre mañana decide
extender su estadía en los orientes suramericanos y ejecutar la iniciativa de
constituir una fundación sin ánimo de lucro para apoyar a personas con cáncer.
Lo que en
su momento era un sueño, luego se convertiría en un desafío con sabor a
pesadilla. El norteamericano empieza a hacer consultas de orden legal, el primer
ajuste que tenía que hacer era obtener una visa de inversionista, pues en
calidad de turista no podía hacer negocios en el territorio colombiano.
Mientras
todo esto ocurría en Colombia, Robert estaba siendo investigado en Estados
Unidos por una presunta ilegalidad que habría cometido; lo curioso es que él
tuvo un accidente y una incapacidad de seis meses, y según las autoridades las
fechas del delito eran las mismas de su reposo en cama luego del siniestro. Él
invadido por la frustración al ver que su buen nombre estaba siendo afectado y
que además sería víctima de un gobierno según él muy corrupto, llamó a su
abogado y éste le pidió que permaneciera en Colombia por lo menos un año para
analizar el expediente y poder así apelar.
El
abogado era de confianza y a pesar del norteamericano haber creido que un año
era demasiado, él hizo caso. Pasado el tiempo, se dio cuenta de dos cosas;
primero, que si viajaba lo arrestarían puesto que había una orden de captura; y
segundo, que su defensor estaba actuando en su contra, pues no lo notificó a
tiempo y le violó el derecho a la defensa personal. Este hombre desesperado,
trataba de buscar apoyo por todas las vías posibles, pero en todas partes
encontraba un rechazo. Los que decían ser sus amigos, le hicieron un sinnúmero
de ofertas para que regresara, pero en realidad todo era una trampa para
atraparlo.
En
Colombia por su parte, la situación parecía de manera efímera mejorar. Para ese
año obtuvo una visa supuestamente de trabajo, aunque al final se dio cuenta que
era de importador y exportador, también le otorgaron una cédula temporal de
extranjería. Hasta este punto las cosas marchaban bien; sin embargo, él era
víctima del mal general que invade a Colombia, la desinformación por parte de
los funcionarios de las instituciones. En ese orden, él iba al DAS y le decían
una cosa, luego en inmigración le decían lo contrario.
Pasados
diez meses, se dirigió a la entidad correspondiente para renovar sus papeles
que estaban próximos a vencerse, allá se enteró que la segunda restricción de
sus documentos contemplaba la obligatoriedad de salir del territorio colombiano
cada seis meses, lo anterior nadie se lo dijo a tiempo y sus oficios estaban en
un idioma desconocido para él. Al llegar a la institución, se encontró con una
multitud de personas haciendo fila, unos sentados, otros parados, unos alegres,
otros frustrados. Al llegar su turno, se acerca a la ventanilla y el
funcionario que lo recibe le dice:
“¡Hey!
Hemos estado buscándolo por tres meses, nos inquieta que usted no salió del
país cuando debía hacerlo”
Él muy
sorprendido y con cara de angustia le respondió que nadie le había explicado
que tenía que salir del país, que si hubiera sabido, habría ido por lo menos a
Panamá. En consecuencia, para poder renovar le cobraron una multa de $500
dólares. Cuenta Robert que ese día se sintió decepcionado, no podía creer que
el gobierno colombiano le hiciera eso a los extranjeros. Percibía una emoción
de estafa y consideraba que sus derechos estaban siendo vulnerados, pues la
constitución de Colombia en el artículo 100 hace referencia a los extranjeros
así:
“Los extranjeros disfrutarán en Colombia de
los mismos derechos civiles que se conceden a los colombianos. No obstante, la
ley podrá, por razones de orden público, subordinar a condiciones especiales o
negar el ejercicio de determinados derechos civiles a los extranjeros.
Así mismo, los extranjeros gozarán, en el
territorio de la República, de las garantías concedidas a los nacionales, salvo
las limitaciones que establezcan la Constitución o la ley.
Los derechos políticos se reservan a los
nacionales, pero la ley podrá conceder a los extranjeros residentes en Colombia
el derecho a participar en las elecciones y consultas de carácter municipal o
distrital.”
Su
estadía en Colombia con el fin de constituir fundación, se estaba convirtiendo
en la continuación de la pesadilla que había iniciado desde su país de origen.
Profesionales en derecho le recomendaron que se casara con su novia para evitar
la necesidad de estar renovando papeles, mientras vivía en la ciudad de
manizales, territorio en el que vivió por varios años antes de trasladarse a
Pereira, aceptó la sugerencia, contrajo matrimonio y su estado legal se
normalizó.
No
obstante, la pesadilla no terminaría con normalizar su estado migratorio. Pues
Robert decide acogerse a la ley internacional y solicita un asilo político; su
petición la justifica porque estaba siendo víctima de una persecución política
y muestra todo su recurso probatorio. La respuesta no se hacía de esperar, su
solicitud fue negada y su caso ignorado, pues el juez contestó que no era
viable puesto que hizo el trámite por fuera de los términos legales; es decir,
entre los meses cero y seis luego de su arribo.
La suerte
para Robert no parecía estar echada, ya la cultura colombiana lo impulsaba a
consultar brujos o chamanes, pues como es común ante las dificultades, gente de
a pie consideraba que algún hechizo le habrían hecho. Él en medio de su
pragmatismo, no creía en nada de lo anterior y seguía su lucha en contra de dos
sistemas completamente corruptibles e incluso hasta confabulados, según sus
apreciaciones. Colombia, país que él escogió para cumplir un sueño, luego se
convertiría en el destino que lo ayudaría a escapar de la corrupción
norteamericana, destino que según él, resultaría ser aún más corrupto.
La
negación del asilo la emitió un grupo secreto de la cancillería, dijo el
norteamericano. Él les respondió que durante los primeros seis meses de estadía
en Colombia no sabía lo que sucedía, también reflexionó y demostró que era
invalida la respuesta que le habían dado. Este segundo oficio lo analizaron un
poco más, pero respondieron que todo era un complot y que dado su buen
comportamiento en nuestro territorio y su estado civil, él podía quedarse el
tiempo que quisiera aunque no aplicara para ser asilado político.
Esta vez
Robert sufre de un fenómeno llamado sentimientos encontrados, vanos
pensamientos lo invaden y llega a reflexionar que el gobierno colombiano no
quiere tener diferencias con el norteamericano, además, que el primero no le
quiere conceder los beneficios que le otorgaría un asilo político. Él no se
daba por vencido, mientras sus abogados seguían defendiéndolo en Estados
Unidos, él perdió a su madre y aún así, seguía su lucha ahora tratándose de
defender de la “democracia colombiana”.
ÉL tocó
puertas en la cancillería, defensoría, fiscalía y procuraduría solicitando
asesoría para tener un traductor y un abogado, pues ya se había quedado sin
recursos; en todas las anteriores le dijeron que no era posible, le pidieron
que presentara el caso en español y que además consiguiera abogado. Él
ingresaba a las instituciones con ánimo y esperanza, pero salía derrotado por
un sistema que beneficia a unos cuántos. Para cerrar con broche de oro, una
nueva piedra le ingresa a su zapato, pues fue víctima de un robo y cuando
presentó la denuncia, el cuadrante de la policía fue negligente y lo obligó a
firmar un oficio de los hechos, que primero no entendía y segundo, luego sería
utilizado en su contra.
Cuando
todo parecía estar en su peor momento y cuando el panorama no esclarecía,
conoció a un estudiante bilingüe de derecho, y este le ayudo a llevar el caso.
Juntos redactaron una tutela solicitando al juez que se reuniera con Robert
para que confirmara que no tenía las habilidades lingüisticas necesarias para
comunicarse en español y que además, el gobierno de manera maquiavélica estaba
utilizando eso en su contra para darle la espalda. Por último, según él de
acuerdo a la legislación internacional tiene derecho a un traductor y un abogado,
por lo tanto, también los solicitó en la tutela.
De nuevo
la respuesta llegó, en ella el magistrado manifestaba que no se cumplían los
requisitos para conceder la petición, además, acusó a Robert de mentiroso, pues
de acuerdo al documento que reposaba en el comando de la policía de manizales,
el norteamericano si hablaba español.
Actualmente
Robert reside en la ciudad de Pereira, en el parque industrial y se gana la
vida haciendo pizzas, su lucha contra ambos sistemas de gobierno continúa, cada
vez son más las historias para contar de lo que éste individuo tiene que
padecer en nuestro territorio. Hace poco, le rechazaron una denuncia en el
comando de policía por presentarla en inglés, eso indica que está siendo
víctima de discriminación. Él se dirigió ante la defensoría del pueblo y
también lo rechazaron por la misma razón, yo mismo le tuve que traducir el
oficio y remitírselo directamente a la defensora Elsa Gladys Cifuentes, oficio
que aún no es respondido.
Robert
invita a los ciudadanos del mundo que no hablen español a no venir a Colombia
sin apoyo lingüistico, pues considera que aunque es un maravilloso país, el
gobierno no brinda soporte para personas que no hablen el idioma oficial que
reposa en el artículo 10 de la constitución política. Así concluye, que como él
muchos han padecido estos males que tienen el poder para hacer de un sueño una
pesadilla.
Concluye
que la ley ha sido usada en su contra, que hay un abuso en términos de
comunicación en contra de un inversionista extranjero. Por eso dice querer
prevenir a otras personas de afrontar la misma situación.
--
Por:
Hernán Tena Cortés
Docente
+57 321 643 5554
@Hernan_Tena
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